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viernes, 25 de marzo de 2011

Todos nos relacionamos



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En la ciudad los animales son lo que parecen y hacen lo que les apetece, nada raro. Una escena típica de primavera es la del zorro vegetariano que reposa en las ramas de un árbol, porque dice que la altura le sienta bien y le ayuda a entrar en conexión con el esmog. Uno de los mejores amigos del zorro es el colibrí y, aunque el último es un poco flojo y siempre anda empanzonado, de vez en cuando se atreve a levantar vuelo para llevar orquídeas a algún afortunado zorro. El colibrí, que es omnívoro, suele consumir té de pistilos pues dice que es digestivo y prepara su estómago para el peludo banquete de mapache que toma tres veces al día. Apetitoso. Los colibríes son astutos y su técnica de caza lo demuestra. Como los mapaches se dedican a tocar la guitarra todo el tiempo en la cima de los árboles, los pájaros despistan al mamífero con su canto, el cual se mezcla con el sonido de la guitarra. Así dichas aves se hacen pasar por amigas y se zampan a los mapaches de un sólo bocado. En la ciudad pocos viven a la defensiva.

Lo que no es común en la ciudad son los accidentes, pero, de vez en cuando, ocurren. Últimamente se habla de una pantera que desfilaba muy oronda por la banqueta llevando al lomo a su amiga el águila, como de costumbre. Tal sería su suerte que fueron despachurradas por una guitarra que cayó de lo alto. Sin duda era el instrumento musical de algún mapache devorado segundos antes por un colibrí. Una historia más por contar para un tigre dientes de sable invidente que pasaba por allí en ese momento. ¡El pobre acababa de llegar del bosque! Sólo buscaba en la ciudad un poco del bienestar que no ofrece un espacio bien oxigenado. Su lazarillo era un zorro rojo que aprovechó para visitar a su primo vegetariano, aunque, la verdad sea dicha, venía huyendo de un venado que estaba devorando a sus compadres y sembrando el terror a diestra y siniestra. Pero no hay por qué espantarse, pues, generalmente, los días son menos agitados en la ciudad.

La ciudad está llena de confortables cloacas, justo lo que buscaba el zorro rojo para acomodarse en un sitio alejado del venado exterminador. Aunque, nunca contó con que el venado siguiera sus pasos y tras una larga persecución, el zorro logró escapar, se coló en una alcantarilla y el pretencioso venado quedó atrapado en la entrada con el rabo por fuera. Ahora sus patas sirven para asegurar algunas carpas de tianguis. Por fin libre de presiones, el zorro se sintió a gusto en la cloaca y se hizo de un espacio cómodo en el acueducto subterráneo. Mientras daba una ronda, se encontró con un topo que silbaba hacia la superficie, pues, en el exterior, se encontraba un amigo pájaro que taladraba el asfalto para sacarlo de allí e ir al cine. Al final el zorro se unió a la banda del topo y el pájaro y se fueron a ver El Conejo Asesino.

Como la historia del Conejo Asesino se desenvuelve en un entorno urbano, vale agregar una sinopsis de esta  aclamada producción cinematográfica. Es una historia basada en hechos reales y cuenta el drama de un conejo que padece un trastorno mental el cual le hace creer que es un depredador carnívoro. El protagonista, también sufre de agorafobia, condición que no le permite salir de su madriguera. Hay que añadir que el mismo conejo tiene una fijación con la carne de gato salvaje. Curiosamente estos últimos, son felinos que sufren una deficiencia vitamínica congénita que alimenta en sus cabezas un deseo absurdo por aprender a volar. Es aquí cuando entra en juego un colibrí quien debe favores al conejo y se los paga consiguiéndole comida. Es impactante la escena en donde se ver al gato salvaje recibiendo asesoría por un colibrí traicionero que sólo se lanza a esta empresa para atraer al gato a la madriguera del conejo. Sin duda, una producción muy cosmopolita.

La tragedia del conejo trae a colación otra de esas típicas historias citadinas. Como se sabe, muchos gatos salvajes aprenden a volar en la ciudad y resultan muy eficientes para efectos de mensajería local y foránea, más rápidos y confiables que cualquiera de esas famosas palomas mensajeras. En la urbe aun se conserva la antigua tradición del intercambio de estampitas. Uno de los gatos mensajeros cuenta que fue testigo del intercambio de estampas entre un chango y una zorra que vivían a muchos kilómetros de distancia y que al final batieron el record Guinness de intercambio de láminas de la WWE.  A propósito, los creativos y productores de estas estampitas, un mapache y un tigre, se hicieron millonarios gracias al tráfico constante entre el chango y la zorra.  El mapache y el tigre son de los pocos que viven aislados pero aun así son de los más activos. Se dice que producen 3.141.592 estampitas por minuto con ilustraciones que, por lo general, muestran instantáneas citadinas como la de zorros vegetarianos que reposan en árboles o águilas que desfilan sobre el lomo de las panteras. En la ciudad estas escenas son como el tamal y el atole de cada día.

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